jueves, 24 de junio de 2010

No entiendo cómo la rabia enciende las palabras. Palabras que no son nada pero llegan al alma.

Más allá de las palabras

Apoyo

Preciosa palabra. Apoyo.

Apoyo es el nombre de esa delgada línea que a menudo separa la felicidad de la más profunda de las tristezas, la fuerza de la debilidad, las ganas de vivir de la apatía, la abulia y la anhedonia, la vida… de la muerte. Quizá no una muerte física, si no una muerte en un plano psíquico, más allá de lo material, una muerte a nivel de ese lugar desconocido donde nacen los sentimientos, donde reside la esencia de cada persona, ese lugar que algunos cariñosamente apodan “alma”. Porque, digo yo, ¿hay algo peor que los deseos de morir?

A veces sólo necesitas un consejo, un deseo, una mano, un abrazo. Sentir que aún hay esperanza, sentir que nada ha sido en vano, alguien que confíe en nosotros. Una palabra de aliento puede salvar el sueño de alguien. Y salvar el sueño de alguien salvará el resto de su vida de una condena eterna a la resignación, la culpa y la autodestrucción.

Puede que te resulten incomprensibles las metas de alguien, sus expectativas y sus más íntimos deseos, puede que te parezcan algo nimio, infantil e incluso insultante. Pero si no brindamos apoyo a nuestra propia familia, si menospreciamos las posibilidades de los que depositan su confianza en nosotros, si les obligamos de alguna forma a abandonar sus sueños… entonces no estarás haciendo más que depositando las bases de una vida llena de frustración, sufrimiento y dolor que acabarán destruyendo a la persona desde su interior.

Si ni siquiera eres capaz de apoyar a tu propio hijo, a tu propio hermano, a tu propio padre, ¿cómo esperas lograr que esa persona sea mínimamente feliz?


Todos necesitamos Apoyo. Todos necesitamos creer. Todos necesitamos vivir.



Hay veces en que tres whiskies y un polvo no solucionan la tontería. Será porque a veces no es ninguna tontería.