lunes, 20 de septiembre de 2010

La Bruja de PortoBello

Cristo dijo: "Venid a mí los que estéis afligidos, que yo os aliviaré."
Hoy he aprendido que la Iglesia ha transformado esas palabras. ¡Venid a mí los que siguen nuestras reglas y dejad a los afligidos!

Creo que al salir de la iglesia, puede que Athena encontrase a Jesús. Y, llorando, se echó en sus brazos, confusa, pidiéndole que le explicase por qué la obligaban a quedarse fuera sólo por culpa de un papel firmado, algo sin la menor importancia en el plano espiritual, y que sólo interesaba a efectos de burocracia y para la declaración de la renta.

Y Jesús, mirando a Athena, probablemente le respondió:
- Fíjate bien, hija mía, yo también estoy fuera. Hace mucho tiempo que no me dejan entrar ahí.


Paulo Coehlo
Un tiempo después me contó otra historia. Se trataba de un hombre que amaba sin esperanza. Se había encerrado por entero dentro de sí e imaginaba irse consumiendo en la llama de su amor. El mundo desapareció para él. No veía el cielo azul ni el bosque verde; no oía el murmullo del arroyo ni los sones del arpa; todo en derredor suyo se había desvanecido, dejándole abandonado y miserable. Su amor creció, sin embargo, de tal suerte, que prefirió consumirse y morir en su hoguera antes que renunciar a la posesión de aquella mujer. Y entonces sintió que su amor devoraba todo lo que en él había distinto, se hacía poderoso e imponía a la amada lejana su imperiosa atracción, haciéndola acudir a su lado. Pero cuando abrió los brazos para recibirla en ellos, la advirtió transformada, y vió, y sintió, sobrecogido, que había atraído a sí todo el mundo perdido. Estaba allí, ante él, y se le daba por entero; cielo, bosque y arroyo volvían a él con nuevos colores, llenos de vida y de luz, le pertenecían y hablaban su lenguaje. Y, en lugar de ganar tan solo una mujer, tenía el Mundo entero en su corazón y cada una de las estrellas del cielo resplandecía en él e irradiaba placer por toda su alma... Había amado, y amando se había encontrado a sí mismo. Pero la mayoría de los hombres aman para perderse en su amor.

Demian. Hermann Hesse